Dionisos y Ariadna, en la versión del Miguel Ángel Sáinz que se expone en Bodegas Ontañón
El vino nos salvó de la barbarie
Pablo García-Mancha
Periodista
El historiador griego Tucídices afirmó en el siglo V antes de Cristo que los pueblos del Mediterráneo emergieron del barbarismo cuando aprendieron a cultivar la oliva y la vid.
La historia del vino se remonta casi mucho más lejos de lo que puede abarcar el pensamiento de un solo hombre y por eso en la nebulosa de la historia quedará para siempre el paso de la viña silvestre a la viña cultivada, lo que bien se podría definir como domesticación del viñedo. Algunos historiadores creen que el hombre tuvo noticia del vino antes, incluso, de aprender a cultivarlo. Se supone que el género Vitis –que comprende todas las vides domésticas– apareció en la remota Era Terciaria. La Vitis sezanensis, una cepa fósil de más de 50 millones de años, se encontró en algún lugar de Francia. Hace unos 12 millones de años –antes de la aparición del hombre– vivieron algunas variedades de Vitis, la ausoniae y la vinifera selvatica. También se han encontrado restos de viñas silvestres en el centro de Francia, Ucrania y España. Asimismo, se han hallado losas de piedra de grandes proporciones– rematadas con forma de grandes vasijas– en las que se pisaban las uvas para que el mosto se deslizara por un canal tallado sobre ellas. Estas hallazgos aparecieron en Hungría, Oriente Próximo y en la Transcaucasia.
No sería aventurado afirmar que el vino aparece a la vez que la propia civilización, por ello los primeros testimonios del cultivo de viñedos parecen datar del año 7.000 a.c., en una región ubicada al sur del Mar Negro, en las fértiles llanuras de Sumeria, en la antigua Mesopotamia, por ello esta civilización fue la verdadera cuna del vino en la antigüedad. Algunos datos lingüísticos revelan el origen de la palabra vino, que tiene su raíz en la antiquísima voz caucásica voino, que quiere decir algo parecido a «bebida intoxicante de uvas». Después, los griegos la llamarían oinos; los romanos vinum; oini los armenios y wain los abisinios. En Lagash –ciudad sumeria en la cuenca baja del Tigris– existían zonas de regadío donde crecían las viñas unos 3.000 años antes del nacimiento de Cristo. En esta cultura el vino era la bebida preferida de los reyes y comerciantes y además tenía un reconocimiento mítico de fertilidad. Por ejemplo, una escultura hitita de uno de sus reyes representa al dios de la fertilidad con racimos de uva en sus manos.
El vino
de los faraones
Uno de los primeros lugares del mundo donde se estableció el consumo del vino fue el Egipto de los faraones. La producción vinícola egipcia no sólo servía para las celebraciones religiosas sino también para fines terapéuticos y, fundamentalmente, para su vida social. En su mítico Delta del Nilo se cultivaba la vid; en el Bajo Nilo los viñedos compartían los terrenos con los cerales y en el Alto Nilo lo hacían con las datileras y los granados. Así, la palabra arp, (vino) fue la primera de las que descifraron los egiptólogos pioneros del siglo XIX al desenmarañar los intrincados jeroglíficos egipcios. Un cortesano del faraón Sesostris I (2000 años a. c.) decía que «el vino palestino era muy apreciado y abundaba más que el agua» La elaboración se consumaba con un método muy sencillo: se recogían las uvas en grandes canastos, se estrujaban con los pies y de ahí se obtenía el ansiado mosto. La fermentación se llevaba a cabo en grandes jarras de barro, que a su vez eran untadas en su interior con grasas de pescado para impermeabilizaras. Los vinos egipcios eran tintos y blancos y poseían un destacable espíritu licoroso. Sin embargo, el pueblo llano no lo consumía apenas, ya que la costumbre pasaba por trasegar distintas bebidas obtenidas de palma. El vino era la bebida exclusiva de los faraones, clérigos y guerreros, e incluso, sus caldos más delicados y exquisitos los depositaban en los sepulcros como ofrenda a las divinidades.
Al imperio chino llegó la cultura del vino desde el oeste, con casi toda probabilidad desde Persia, ya que incluso la etimología hace derivar la palabra china putau (vino) del persa budawa (uva). Además, el mito del vino no se limita a las culturas occidentales, ya que por ejemplo, la religión taoítsa dice que los inmortales son los bebedores de vino, incluso tienen su propio dios Baco, a quien llamaron Lan Tsai-Huo.